Por: Lucía Medina Suárez del Real
Lo logró. Por primera vez desde que inició la campaña, José Antonio Meade dio la nota y logró figurar durante toda la semana después el debate entre candidatos presidenciales.
Él, equivalente a la reina de las piezas de ajedrez (donde Peña Nieto sería el rey), tuvo que recurrir al ataque de un caballo del adversario para poder recibir respuesta, ante su probada incapacidad de rasguñar al candidato presidencial contrario, y su hundimiento permanente en el tercer lugar.
Tuvo entonces que cambiar de blanco y soltar su artillería a una candidata al Senado, y fue Nestora Salgado el objetivo elegido para hacer mella en Andrés Manuel López Obrador en el segundo debate presidencial.
Ya antes, en el primero, Meade se había refriteado la nota del The Wall Street Journal en la que se acusaba al tabasqueño de tener dos departamentos fuera de su declaración patrimonial pese aparecer en el Registro Público de la Propiedad, lo cual fue aclarado hace cerca de dos años.
Debido a que aquella información se diluyó, la apuesta en el segundo debate fue enfocarse en contra de Nestora Salgado y ejemplificar con ello la equiparación de la ley de amnistía con la impunidad.
Fue así, que sin miramiento alguno, José Antonio Meade llamó “secuestradora” a Nestora Salgado, y expuso públicamente el testimonio de una presunta víctima que la inculpaba, mismo que ya fue desechado por un juez.
Para muchos el caso es desconocido, han escuchado hablar de ella, han oído testimonios como el presentado, y han dado por cierto que se trata de una ex secuestradora que ve en el Senado la posibilidad de encontrar el fuero que la proteja contra los crímenes que le acusan.
Sin embargo son muchos los que han investigado su historia después de haber sido mencionada por Meade y se están enterando ahora que la supuesta banda que encabezaba para hacer los secuestros era una policía comunitaria acreditada y reconocida por las instancias legales, y que eso que se asume como “rescates” era en realidad multas impuestas por tribunales populares que sancionaban a quienes eran juzgados, todo esto bajo el cobijo de usos y costumbres que permite la ley.
La claridad del caso de Nestora es tal, que en su defensa han salido activistas y académicos como Martha Lamas, o los Centros de Derechos Humanos más prestigiados, e incluso la Organización de Naciones Unidas, que intervino a favor de su liberación, no ya por simpatía personal, sino por las irregularidades de su caso, todo lo cual, es ahora asumido por Meade y su equipo como parte de la presión social que provocó su liberación.
Esos que por años se han llenado la boca hablando de legalidad, estado de derecho, y la importancia de las instituciones, hoy están dando por muertos los conceptos legales que obligan a presumir la inocencia de Nestora Salgado, al menos en lo que logran reabrir las causas penales en su contra y declararla culpable.
Cierto es que la calumnia cuando no mancha, tizna, y que un costo está pagando ahora Nestora ante este panorama, no sólo en cuanto a su imagen y honor público, sino también hasta con su seguridad misma, pues luego del irresponsable comentario de Meade con respecto a ella, la casa de su hija fue baleada.
Con todo esto, José Antonio Meade ha logrado permanecer en reflectores de una manera en la que no había logrado en tantos días de campaña, pero también ha exhibido a nivel internacional lo que desde antes ya sabíamos, su disposición a ser cómplice del uso faccioso de las instituciones que tanto preocupó en algunos sectores con el vídeo donde se exhibió a Ricardo Anaya en la Procuraduría General de la República.
Pero la mano que arrojó la piedra de lodo no ha podido salir limpia de la circunstancia que con sus dichos inició. José Antonio Meade, el mismo que se vanagloriaba en sus spot por ser tan confiable como para dejarle uno a sus hijos, es hoy no sólo un gerente eficiente incapaz de tomar decisiones pero bueno para ejecutar y seguir órdenes, es también, así lo ha decidido él, el incondicional del régimen actual, de aquellos que han sido denunciados en tribunales internacionales por su actuación en Atenco, de esos que tienen la más baja aprobación de la ciudadanía, y del que esperan librarse los mexicanos en este proceso electoral.
Por ellos, Meade está dispuesto a inmolarse no sólo su futuro político. Sino hasta la más o menos generalizada fama pública de decencia que tenía hasta hace unos días.