Por: Heraclio Castillo Velázquez

Apenas concluyen las precampañas y usted seguramente ya tuvo dos o tres discusiones con amigos o familiares sobre el actual proceso electoral y el sentido de su voto. Ojalá hubiera un botón para silenciar esas conversaciones que, si no se tiene la madurez suficiente, terminan por distanciar a las personas.

En mi familia convergen ideologías políticas de todos los colores y sabores y aunque a la hora de comer las discusiones pueden tornarse álgidas y apasionadas por defender a tal o cual político, al llegar el postre todos sonríen para la foto y continuamos siendo la misma familia que se ríe de las pendejadas de los chiquillos.

Tenemos a la tía con su altar dedicado a Andrés Manuel López Obrador, a su hermana que ha sido priísta de hueso colorado de toda la vida, a su otra hermana que tiene fotos con los presidentes de los últimos 36 años pero le resulta chocante Vicente Fox, a la prima que prefiere anular su voto “y que todos coman mierda”, al primo al que siempre se le olvida en qué día vive y nunca acude a votar el día de la elección y así.

Entre mis hermanos la necedad es cosa de todos los días y hay veces en que se les olvida que el hecho de trabajar para un gobierno de cierto color no implica erigir altares al partido. Pero normalmente prevalece la razón y cada quien conserva sus propios criterios a la hora de votar.

Todo esto viene a colación por un mensaje que está circulando en redes sociales desde hace varios días y que dice así: “Si quieres votar por AMLO, vota. Si quieres votar por Anaya, vota. Si quieres votar por Meade, vota. Pero deja de tratar a la gente de idiota, retrógrada, ignorante, estúpida solo porque no piensa igual que tú”.

No sé si con la reforma educativa siempre sí se eliminó la materia de Civismo o si continúa esa asignatura que, al menos para mis tiempos, incluía una formación cívica para entender el proceso electoral. Valores como la tolerancia, el respeto, la pluralidad y la discusión de ideas formaban parte del programa de la materia y no faltaban los ejercicios de debate, mesas redondas y análisis de foros políticos televisados.

Claro que a los 10 años de edad repites como letanía “el respeto al derecho ajeno es la paz”, pero le entras a los trancazos a la salida de clases y muy posiblemente no procesas los valores que el cuerpo docente intenta inculcarte. Misteriosos son los caminos del Señor, pero a veces me sorprende cómo los morrillos ponen en práctica esos valores incluso sin saberlo y los adultos preferimos enfrascarnos en discusiones estériles antes que aprender tan sencilla lección.

Ahora que tuvimos el periodo de precampañas al menos yo terminé nefasteado de tanta cosa que se compartía en redes sociales y me da náuseas pensar en toda la perorata que vendrá una vez iniciadas las campañas. ¿Por qué este malestar? Sencillo: porque desde el anonimato de una red social es más fácil tirar piedras que tener una interacción razonada, razonable y argumentada, más amena y menos violenta.

No digo que esté mal ser partidario de tal o cual instituto político o defender a capa y espada a fulanito o sutanito porque es nuestro gallo, pero recordemos que la Conquista de América fue una imposición de ideologías, con otras manifestaciones de violencia, por supuesto, pero imposición al fin y al cabo. No soy experto en análisis de discursos, pero de tanto ver los mismos mensajes me da la impresión de que están evangelizando y poco abonan a promover el proyecto en el que creen las personas.

El debate de ideas y privilegiar el acuerdo por encima de cualquier diferencia deberían ser suficientes para llevar un proceso en paz, sin confrontaciones ni manifestaciones de violencia. Suficiente tenemos con el día a día como para enfrentarnos a más violencia a través de los discursos. La objetividad debería ser aliada de la democracia, pero dudo mucho que elevando a un altar a los políticos de hoy al grado de defenderlos como caballeros templarios se contribuya a esa democracia.

Por estarse echando mierda los unos contra los otros se olvidan de que en el camino embarran a los que no tenemos vela en el entierro, pero estamos de espectadores para ver si cachamos un cachito de argumentos. Tengan tantita madre y no estén cagando el palo con discusiones acaloradas. Si yo quiero nieve de chocolate, ¿por qué chingados me tienen que atascar de nieve de vainilla o fresa?, ¿no podemos mejor hacer un helado napolitano?