Por Gonzalo Lizardo

Hace un tiempo, mientras hacía una investigación sobre la corrupción del Santo Oficio en el siglo XVII, una historiadora me reclamó diciendo que en ese siglo "La Inquisición nunca se equivocaba, como ahora el Conacyt nunca se equivoca". ¿Suena terrible la analogía? Sí, pero es pertinente, en tanto ambas instituciones imponen las reglas de un juego que todos los demás deben obedecer… u obedecer.

¿Pero, qué pasa cuando esas instituciones rompen sus propias reglas? En el caso de la Inquisición había una regla de oro: si un inquisidor se equivocaba, bastaba que otro inquisidor lo absolviera para que quedara limpio de pecado. Y supongo que en el Conacyt hay una regla similar, pues incumplen con total descaro sus propias reglas.

Al menos así lo hicieron con nuestra Maestría en Investigaciones Humanísticas y Educativas. A pesar de que hemos aprobado dos evaluaciones sucesivas en el PNPC, el Conacyt (por su propio y santo oficio) decidió romper su compromiso de becar a todos los estudiantes que cumplieran los requisitos. Con todo cumplimos: con eficiencia terminal, con estancias internacionales, con publicaciones conjuntas alumnos-maestros, incluso muchos aspirantes renunciaron a sus trabajos para dedicarse de tiempo completo a la maestría, tal como exige la convocatoria. ¿Y qué hizo el Conacyt? Le valió madre. En vez de las 78 becas de la generación pasada, exigió que solo postuláramos 25 estudiantes a la beca. La UAZ nos forzó a aceptar, y en recompensa, Conacyt sólo admitió a 20, y a esos ni siquiera les ha pagado.

Claro, pero Conacyt nunca se equivoca. Y menos en tiempos preelectorales.