Por Lalo Rivera

Con todo el enojo que gira alrededor del Presidente cuando plantea esta idea de dejar de utilizar el crecimiento del P.I.B. como indicador y comenzar a medir el bienestar, se vuelve importante recordar que, sí, a veces la diferencia entre un 0.1 y un -0.1 puede ser del tamaño del mundo para la opinión pública y la comentocracia. Los adversarios del Presidente esperan siempre una cifra negativa en el P.I.B. para decretar que México camina hacia el vacío, y los partidarios de AMLO anhelan una cifra arriba de cero para utilizarla como arma letal contra esa oposición que parece ansiar el fracaso del proyecto presidencial. Más que economía esto es pura politiquería, sin duda alguna. Esta obsesión por alcanzar altos niveles de crecimiento tiene ya bastantes sexenios, la oposición lo sabe y la utiliza; sin embargo, lo verdaderamente malo es que nuestra sociedad haya caído en la trampa y se enfoque más en qué tan grande es el pastel y no qué tan justo se reparte.

Es muy común, en todos los países, que la narrativa electoral se construya a partir de promesas muchas veces inalcanzables. Andrés Manuel habló de un crecimiento del 4% del P.I.B. como su gran promesa económica, eso significaba duplicar el promedio de los últimos cuatro sexenios, pero yo pregunto ¿aumentar el tamaño del pastel resuelve nuestros problemas de pobreza, desigualdad y exclusión? ¿Esta cifra es la que debe abrumarnos como país? ¿En cuántas manos se ha quedado el poco crecimiento que ha habido? En el sexenio pasado la economía creció en promedio 2.4%, y a primera vista podríamos pensar que ese dato es totalmente bueno, pero no es así; porque aunque se tuvo ese crecimiento en términos generales, el P.I.B. per cápita cayó 10% en ese mismo periodo. Hoy la desigualdad entre estados sigue siendo enorme, algunos crecen al 6%, mientras que en otros contraen en un 11%. En la Ciudad de México, una familia promedio puede generar ingresos por hasta 26 mil pesos al mes, mientras que en Chiapas toda una familia logra generar poco más de ocho mil.

A pesar de estos hechos aun existen voces que afirman que salir de la pobreza es simplemente una cuestión de voluntad, de ir “contra la mediocridad”, una cuestión de “echarle ganas”. Nada más alejado de la realidad. En México quien nace pobre tiene solamente un 2% de posibilidades de mejorar su situación económica, cuando en Canadá las posibilidades son de un 13.5%. Los apellidos, el estado en que se nace y la clase social a la que se pertenece, marcan y condicionan más a una persona que las propias ganas de salir adelante o la educación que pueda recibir.

En México, más del 43% de las mexicanas y mexicanos es pobre, de acuerdo con el Coneval la cifra va hasta las 53.4 millones de personas; un quinto de la población tiene rezago educativo y carece de atención sanitaria; el 70% de los mexicanos no tienen seguridad social y una cuarta parte tiene problemas para comer tres veces al día. Nuestro país no sólo tiene pequeñísimas tasas de crecimiento económico, sino que además ese poco crecimiento es excluyente: El 1% de los mexicanos, los más adinerados, tienen 40 de cada 100 pesos de riqueza que existen en nuestra economía, tan sólo dos empresarios mexicanos tienen la misma cantidad de riqueza que 60 millones de mexicanos. Vamos, es evidente que no podemos seguir obsesionados con el crecimiento del PIB.

Y ojo, no me malentiendan… Siempre es importante que la economía crezca. Porque es innegable que con ello, como país, se es más capaz de atraer inversión, exportar más y, propiciar que el consumo sea una herramienta para el desarrollo. No obstante, los grandes problemas nacionales de desigualdad y exclusión no se resuelven con mayor crecimiento, sino con mejor crecimiento; un crecimiento entendido en términos de redistribucción de la riqueza y no de derrama económica, un crecimiento que se ocupa de impulsar a los sectores más marginados para acortar la brecha de desigualdad que los aleja del resto.

Tenemos que dejar de vernos como adversarios, y atrevernos más a mirar y reconocer a ese México que pide a gritos construir un país más justo para todos.