Por Heraclio Castillo Velázquez

Recientemente el movimiento #MeToo puso en el ojo del huracán a figuras importantes derivado de denuncias por acoso sexual y acoso laboral hacia las mujeres en el medio del espectáculo. Alrededor del mundo fueron millones de mujeres las que se sumaron a este movimiento para denunciar los casos en los que han sido víctimas. Luego vinieron las francesas con un manifiesto que cuestionaba una aparente victimización del movimiento #MeToo. Culturas diferentes, contextos diferentes.

Previo a estas manifestaciones, en la 62 Legislatura local el pasado 4 de mayo la diputada local Isadora Santiváñez Ríos había propuesto una iniciativa de reforma al Código Penal del Estado de Zacatecas para tipificar el acoso sexual y acoso laboral. Si usted revisa el contenido de la iniciativa, está redactada en los términos precisos para abarcar a cualquiera que sea víctima de estos delitos (claro que con el tiempo requerirá mayores adecuaciones).

Lo que llama mi atención es que en la exposición de motivos se argumente la situación histórica que han vivido las mujeres que han callado cuando son víctimas de estos delitos. Puedo entender que haya mayor número de casos, en parte debido a las leyes que protegen a este sector, en parte debido a que se ha dado mayor visibilidad a este tipo de casos. Sin embargo, dentro de este grupo también existe una minoría que por su género quizás no cobre relevancia, aunque eso no significa que deje de existir el problema del acoso sexual y acoso laboral también hacia los hombres.

En mi vida personal hay muchas cosas que no comento más por respeto a mi privacidad (y a mi familia), pero a veces es necesario denunciar para visibilizar un problema. Omitiré algunos detalles de mi historia para no entrar en controversias.

Tendría si acaso 12 años cuando alguien que bien podría ser mi padre (en ese entonces él tendría unos 42 años) me amenazó con hablar de mi homosexualidad con mi madre, su compañera de trabajo, si yo no tenía relaciones sexuales con él. Su discapacidad motriz (andaba en silla de ruedas) no le impidió hostigarme por todos los medios a su alcance (incluidas las visitas domiciliarias y llamadas telefónicas) para que cediera. Jamás cedí. Como consecuencia, tuve que vivir momentos difíciles con mi familia y jamás tuve el valor de decir por qué había ocultado mi orientación sexual.

No era la primera vez que vivía un acoso de este tipo, ni tampoco era el caso más grave. En mi infancia, con apenas seis años, viví una experiencia que prefiero no narrar pero que no le deseo a ningún menor.

Años más tarde, en una escuela católica, uno de mis profesores de Física se mantuvo durante un mes con la misma dinámica que mi anterior acosador, con la amenaza de reprobarme en la materia, aunque en este caso llegó al contacto físico sin consentimiento. Preferí presentar un examen de título de suficiencia antes que dar cabida a un nuevo acosador. Mi familia tampoco supo la verdadera razón de mis bajas calificaciones.

Ya en los años universitarios pensé que estos episodios no se repetirían, pero no fue así. No fue una sola ocasión en la que me topé con hombres mayores intentando chantajearme para sostener relaciones sexuales con ellos, aunque a esa edad uno alcanza cierta madurez para rechazarlos. Hubo quien jamás entendió que NO es NO. Mi familia jamás supo dónde me hice los moretones en todo el cuerpo en aquella época.

En mi etapa laboral, una vez egresado de la licenciatura, también me enfrenté a otro tipo de acoso. Tuve un jefe (del cual omitiré su nombre) a quien le agradaba tocarme las piernas y en ocasiones un poco más arriba, en la zona genital. Cuando realmente necesitas un trabajo, no importa tu desempeño si tu permanencia laboral depende de callar este tipo de actos. Y callé, sin importar la convivencia diaria con su esposa y sus hijos.

En la vida diaria no falta quien te jale del brazo y te diga que va al baño, que se la mames, que si un rapidín, que si un faje, que si le mandas fotos desnudo y más cosas que sigan alimentando este tipo de conductas, independientemente de la orientación sexual, el género y el estado civil.

Muchos podrían pensar que por ser homosexual debería estar dispuesto a este tipo de actos. Finalmente se tiene la idea de que un homosexual es promiscuo y le agradan este tipo de relaciones. Solo que nosotros también deberíamos tener derecho a elegir. Cuando un coqueteo pasa a ser una insistencia, muy a pesar de un NO, se convierte en chantaje, en amenaza, en violencia.

El hecho de que sean más visibles los casos de mujeres no implica que no se presenten casos en hombres. Creo que la gran diferencia (y así está documentado) es que en el caso de las mujeres, un acoso puede llegar a un feminicidio. Ojalá que la iniciativa de la diputada Isadora Santiváñez llegue a buen puerto. Vivir a la expectativa de un nuevo acosador no puede llamarse vida.