Por Lucía Medina Suárez del Real

Las veo, las leo donde nunca antes;  entre la gente más conservadora, en la mujer que le quita las botas cada noche a su marido, la que tacha de irresponsable a su nuera por trabajar, la que piensa que dan mal ejemplo a sus nietos si es papá el que hace el desayuno y no mamá. En esos círculos hoy comienza a hablarse de feminismo. 

Nadie puede negar que las actividades que conmemoran el 8 de marzo, entre las que habitualmente hay un paro de labores, este año cuentan con una popularidad inédita.

Las condiciones políticas, de hartazgo, y también las mediáticas, han hecho que este año la conmemoración esté adquiriendo un tono político, de lucha, de reivindicación, más cercano a su esencia, que los desayunos y repartos de flores que se vivieron apenas hace un año. 

Naturalmente, no hay unanimidad en torno a las causas a defenderse, tampoco la hay con respecto a los métodos. Pero no tendría por qué haberla. La diversidad en las luchas sociales es la constante, no la excepción.

También es innegable que en esta lucha se han montado oportunistas que hace apenas unos meses la condenaban, o cuando menos trataban con indiferencia.

El Partido Verde Ecologista, el mismo cuyo principal dirigente se vio envuelto en el escándalo que significó la muerte de una modelo rusa en una de sus propiedades, aparentemente en resistencia al trabajo sexual forzado al que querían someterla, hoy propone pena de muerte a los feminicidas, aunque sabe bien que su propuesta es inviable no sólo por los tratados internacionales de derechos humanos firmados por México que impedirían tal regresión, sino porque además no significaría gran diferencia porque en México solo el 99% de los delitos se castigan. 

Situación similar ocurre en otros Institutos políticos, el Partido Acción Nacional, quizá el más conservador de nuestro espectro, el mismo que arropó a quien hablaba de “lavadoras de dos patas”, y que “amenizaba” sus fiestas con trabajadoras sexuales, el mismo que se ha opuesto incluso a la anticoncepción de emergencia, y que prohibía las minifaldas ahí donde gobernara. Ese mismo partido hoy se monta y llama a participar en una lucha que siempre le ha escandalizado.

En el ámbito privado el panorama no es mejor. A los muchos que avisaron ya que “autorizaban” (o mejor dicho institucionalizaban) el paro del 9 de marzo, se unieron voces -masculinas muchas de ellas- que van más allá y llaman además a las trabajadoras de sus empresas a participar, incluso a pagarles doble si deciden participar en esta manifestación.

 Serían loables sus intenciones de participar, incluso si éstas vinieran desde la posición patriarcal desde la que se expresan, de no ser porque éstas intenciones son más mediáticas que auténticas, como queda claro cuando se observa que muchos de quienes comparten estas posiciones, no respetan siquiera las prestaciones sociales más básicas, como las licencias de maternidad, cuidados parentales, permiso de lactancia, solo por hablar de lo más básico.

Pese a lo evidente del oportunismo, y a qué en la ola se han subido quienes solo comparten parcialmente las causas feministas pero que desean participar, hoy el feminismo puede encontrarse en condiciones inmejorables para avanzar hacia la construcción de un México más justo.

Las condiciones están dadas para llevar el mensaje a quienes se han cerrado a escuchar por años pese a las una y mil formas de manfiestarse.

El reto será partir de las coincidencias y no de las diferencias, de las sumas y no de las restas, con el bien común por delante. 

Han dado muestras de que esto es posible, porque cuando se ha tratado de promover la equidad de género en puestos de representación popular, no ha habido diferencias partidarias, aunque sí diferencias de clase y de cercanía con los hombres de poder. 

Y sobre todo marcará la diferencia la conciencia de que esté es un asunto político en el más amplio sentido del término, es decir, que implica la vida de todos y todas, y por tanto implica un trabajo permanente y cotidiano que inicia en deconstruir nuestra forma de asumirnos, y de relacionarnos en el ámbito más cercano, y que consecuente mente se traducirá en un mundo más equitativo y más justo.