Por: Lucía Medina Suárez del Real

 

Sin necesitar más argumento que su amor de padres, me contaba mi amiga que cuando su hija les dijo que era lesbiana, el impulso de su marido fue ponerse de pie, darle un abrazo y decirle que probablemente el mundo sería duro con ella, pero que con mayor razón no lo sería su hogar.

 

Tristemente tenían razón, un tiempo después un hombre que vivía cerca a la jovencita y su pareja, la encontró sola en la calle, bajó de su auto y con un tubo le pegó en las piernas, espalda y cabeza mientras le gritaba “¿qué eres? ¿Un vato o una vieja?”

 

El mundo fue cruel, pero tal como sus padres lo habían prometido, el amor familiar no derivó en los “te lo dije”, ni en los “se discreta” tan ofensivos pero comunes en casos como este. La respuesta fue un padre energúmeno que dio con el domicilio del agresor y le hizo pagar con la misma moneda.

 

Que no era lo correcto, se los han dicho tanto ya, que lo admiten a medias por los tintes judiciales que el asunto tomó, pero lo reivindican con orgullo cuando la atención se centra en la grata sensación de acompañamiento que ha manifestado su hija.

 

La historia ocurrió hace poco más de un año pero llegó a mí hace unos meses de la boca de una madre de familia con quien coincidí este 17 de Mayo, día de la lucha contra la homofobia, en un evento de la presidencia municipal de Zacatecas donde se reconoció a activistas de ese tema.

 

Entre los homenajeados estuvo también Alejandra Guevara, fundadora de El Ropero, colectivo lésbico creado según sus propias palabras con el objetivo de sentirse acompañada y conocer personas que compartieran su orientación sexual.  

 

Como en el caso citado, ese acompañamiento que no siempre ha estado en casa, y tampoco en la cultura, la escuela, la sociedad, ha sido encontrado y brindado por decenas de grupos, colectivos e individualidades que han trabajado en el tema desde hace décadas en Zacatecas.

 

Con el tiempo a ellos se sumaron no solo los protagonistas, sino también asociaciones de padres, que, congruentemente tanto con el amor como con la familia, marchan por los derechos de sus hijos, realizan talleres, y los acompañan con sus camisas que dicen “yo amo a mi hijo gay”. 

 

Este 17 de Mayo, fue notorio que aunque falte mucho por hacer, ese acompañamiento y la cultura de respeto e inclusión que en otros tiempos se regateaba hasta en la familia, y en los mejores casos se circunscribía solo a ella, empieza a llegar a niveles institucionales.

 

Es verdad que aún pueden escucharse absurdos como el de Vicente Fernández que rechazó un riñón por temor a que viniera de un homosexual, pero palabras como esas son cada vez más reprobadas y por más amplios círculos.

 

Cierto también que hay hipocresía y rentabilidad electoral, hay políticos que hoy promueven el matrimonio igualitario cuando hasta hace muy poco lo reprobaban. Pero es claro signo de que los tiempos ya cambiaron y que la cultura de la inclusión está cada vez más extendida, al grado de que como también ha sucedido, hacer de la orientación sexual del adversario un arma política tendría más probabilidad de dañar al emisor que al receptor de ese ataque.

 

Ya hemos presenciado que propuestas de avanzada en la materia provengan de personajes del Partido Revolucionario Institucional, como en el caso de Peña Nieto, o bien de ex militantes panistas como Germán Martínez.

 

Atrás quedaron los tiempos en los que el tema era solo una reivindicación casi simbólica de los grupos progresistas de la izquierda mexicana.

 

Ahora a nadie sorprende que el presidente de la República se tome una fotografía con la bandera de la diversidad, que hable de los derechos de todos, y que reafirme que tenemos que ser un país incluyente.

 

Gobierno del Estado a través del Instituto Zacatecano de Cultura brinda facilidades para la realización del Festival de la Diversidad Sexual y ahora a nivel municipal se anuncia una oficina de la diversidad, además de haber eliminado los obstáculos que discriminatoriamente alargaban los procesos para acceder al matrimonio a quien decidía hacerlo con alguien de su mismo sexo.

 

Evidentemente no todo es miel sobre hojuelas, los crímenes de odio siguen siendo una realidad, y aún se oyen decenas de “peros” entre quienes dicen respetar.

 

Esos que dicen “yo tengo amigos gay, pero…”, “yo respeto, pero…”, “a mí me dan igual pero…”

 

…Pero el amor avanza y a paso firme.