Por: Lucía Medina Suárez del Real

La llegada a la presidencia de la República por primera vez en muchos años de alguien que no contaba con la simpatía (aunque sí con la resignación) de las élites económicas dejó al descubierto la división social que algunos suponían exclusivas de las telenovelas.

 

El triunfo del señor López -no De La Madrid, no Ponce de León ni ningún apellido rimbombante- que no habla inglés, no estudió en el extranjero, tiene acento sureño, y además trae sucios los zapatos, es la peor pesadilla para un sector que asume que los pobres lo son porque “tienen cerebro pero no lo tienen desarrollado” como dijo un participante en la marcha del 5 de Mayo en Ciudad de México, mismo manifestante que remató “yo tengo un chingo de obreros, pobrecitos, la verdad, tienen la mentecita, así son, así nacieron”.

 

Estos mismos que se admiran de la incorporación a la comentocracia de personajes como Gibrán Ramírez Reyes y hacen de su físico el argumento para rebatirlo, lamentan la polarización, las etiquetas entre chairos y fifis, y el resentimiento social que descubren entre quienes, ingratos, no valoran que se les permitiera llevarse a su casa las sobras, comer en la misma mesa que el señor, y si tenían suerte, hasta ser invitados alguna vez a vacacionar con el patrón.

 

Para este grupo, el cambio de paradigma que convierte en justicia social horizontal lo que estaban dispuestos a dar por la caridad vertical y de arriba para abajo, ha hecho, desde su perspectiva, que la economía se vea amenazada, y que la sacrificada clase media tenga que esforzarse aún más por mantener “ninis” voluntarios que han encontrado en la ociosidad en tiempos del populismo la mejor forma de subsistencia.

 

Quienes tienen esta visión consideran “fomento” que el Gobierno deje en manos de particulares (ellos) la decisión de cómo invertir lo recaudado por determinados impuestos relacionados con su actividad empresarial; consideran inversión que impulsa el desarrollo económico las compras a comercializadoras, lo destinado a obra pública, la condonación de impuestos, la subrogación de servicios de educación, salud o seguridad.

 

Paralelamente, lo invertido en estudiantes de educación pública, en grupos vulnerables, en universitarios y personas de la tercera edad es considerado despilfarro populista, que merecería que los beneficiarios sean eliminados de los padrones electorales para que no puedan votar por quienes impulsen estas medidas.

 

Para quienes tienen esta visión, el arribo de un presidente cuyo lema ha sido “por el bien de todos primeros los pobres” que suele hablar de adversarios, de fifis y de conservadores, ha fomentado la polarización que ha sacado la peor parte de nosotros, la mayor podredumbre y ha desnudado que en México hay un “clasismo al revés” donde además de tener que cargar (tributariamente) con los de mente pequeña, con los que “no quieren trabajar” encima tienen que cargar con el estigma social que condena su estilo de vida.

 

Confunden con ello las causas y las consecuencias, pues asumen que ese discurso es el que creó las diferencias, el que divide y provoca que se impulsen políticas públicas que favorezcan más la distribución de la riqueza a grados atomistas y a partir del Estado. Todo esto a costa de hacer ver su forma de vida como privilegio y no como justa compensación al enorme esfuerzo de ellos y a sus antecesores.

 

Pierden de vista que de forma paulatina y quizá hasta silenciosa, en las últimas décadas se ha hecho conciencia cada vez mayor de las maneras en las que el Poder político ha beneficiado a unos cuantos para conservar las diferencias socioeconómicas a cambio de un cerrado reparto de botín cada vez más público.

 

La conciencia con respecto a medidas como el Fobaproa, los trucos fiscales a través del Teletón, la condonación de impuestos a grandes empresas, el uso de seguros de gastos médicos privados fue generando con el tiempo una conciencia de la injusticia.

 

Esto, aunado a las noticias que dan cuenta de los recortes al desarrollo social, los hospitales saturados, el abandono de la infraestructura educativa en nombre de la gestión, fueron creando durante años la conciencia de que detrás del “no hay dinero” estaban las historias de riquezas oprobiosas en manos de unos cuantos.

 

Son esas las razones de la polarización que hoy reprochan y que, al contrario de lo que suponen, no está agudizada por Lopez Obrador, sino en todo caso disminuida, pues con el esquema anti neoliberal pero aún capitalista con el que pretende gobernar, su discurso y política, lejos de ser la chispa que incendiará la pradera está siendo la válvula que permite escapar el gas.