Por: Heraclio Castillo Velázquez

Hace unos días comentaba que en Zacatecas se ha vuelto una tendencia hacer una especie de “muertómetro” para llevar la cuenta de los homicidios ocurridos. Si bien la estadística nos sirve de parámetro para medir cómo ha crecido la violencia en el estado, reducir las muertes a una sola estadística es quitarle identidad a los muertos.

Sabemos que ya van más de 500 asesinatos en lo que va del año y uno de esos muertos lamentablemente fue la jovencita Cinthia Nayeli Vázquez, de apenas 16 años de edad, estudiante de la Preparatoria 1 de la UAZ. El hecho ha conmocionado a la sociedad zacatecana desde distintos ángulos, especialmente entre los padres de familia, quienes se sienten cada vez más impotentes ante la falta de protección. Salir de casa es andar por las calles sin saber si se volverá con vida.

Al inicio de la actual administración se aseguraba que de cada 10 homicidios, 9 estaban ligados al crimen organizado. Sin embargo, desde entonces hemos visto cómo la delincuencia organizada ya no solo realiza lo que llaman “ajuste de cuentas”. Ahora se meten con las familias de forma indistinta.

La muerte en Zacatecas se respira con aroma a balas, pero para el gobierno federal no es un tema prioritario. Urge robar dinero para las elecciones del 2018 con la reconstrucción de las ciudades afectadas por el sismo del pasado 19 de septiembre. En su salud lo hallarán.

Desde el Gobierno del Estado hubo un cambio en la estrategia de seguridad desde el inicio de la administración. Se puso énfasis en la prevención del delito, pero parece que olvidaron la contención. Comenzaron por cambiar a los directores de Seguridad Pública en los municipios por elementos de la Policía Federal en atención al Mando Único que se pretende establecer desde la Federación y desde entonces hemos visto ataques a las comandancias y la renuncia de elementos de dichas corporaciones.

Estos hechos, aunados a la violencia que ha marcado a cientos de familias en el estado sin estar vinculadas con el crimen organizado, parecen enviar un mensaje de burla hacia la estrategia de seguridad que impulsa el gobierno. Las muertes ocurren sin distinción de horario, sin importar el lugar, incluso amedrentando a las fuerzas policiacas.

Tal vez por eso en un reciente sondeo de Imagen de Zacatecas el 41% de los encuestados no aceptaría por ningún salario trabajar como policía. Curioso: se demanda mayor presencia policiaca, pero pocos están dispuestos a arriesgar su vida por otros. A ese grado llega nuestro miedo.

A esto súmele que las videocámaras de vigilancia sirven para maldita la cosa porque están instaladas en puntos “privilegiados” para difundir cómo la corriente derivada de una tromba se lleva a pobres ciudadanos que no resistieron la fuerza del agua, pero casualmente no estaban en operación cuando ocurría un hecho violento, sin contar que estas videocámaras no se ubican en polígonos considerados focos rojos por la violencia que viven día a día.

A la cuenta hay que agregar que los robos a casa habitación y a transeúnte continúan a la alza, no importa cuántas lámparas pongan en las calles, porque la presencia policial en las calles sigue siendo escasa (o nula) incluso para delitos menores. Y cuando se llega a denunciar el delito, uno no sabe a quién temerle más, si al delincuente o al personal que toma la declaración, aunado a la angustia de ignorar si la denuncia llegará a buen puerto o si llegará la notificación de que esta fue archivada por falta de elementos (me ha pasado en dos ocasiones). Gracias al nuevo sistema de justicia, si el delincuente no es capturado en flagrancia, cualquier denuncia puede quedar a la deriva.

Cierto es que vivimos actualmente una crisis de valores, pero no se combate al crimen con pláticas motivacionales. Pedir la renuncia de otro secretario de Seguridad Pública tampoco es una solución. El problema continúa más allá del cambio del titular, pues la estrategia, aunque acertada, no tiene un balance en la parte de contención y mientras esto no ocurra, la ciudadanía seguirá pagando por las malas decisiones del gobierno en turno y por la indiferencia de la Federación ante la crisis que se vive en Zacatecas.

Hace cuatro años tuvimos en el estado la visita del Dalai Lama y en aquel entonces yo preguntaba qué se siente venir a hablar de paz a un estado que ha invertido más de 3 mil millones de pesos en seguridad y un presupuesto mínimo (casi nulo) en cultura. La pregunta sigue vigente. Ya basta, ¿o a eso se refieren con trabajar diferente?