Por Víctor Manuel Medina Cervantes

En medio del confinamiento de la pandemia, mientras algunos grupos de poder desplazados se reacomodan con el único afán aparente de seguir medrando, puesto que para ellos de medrar siempre se trata; cuando un actor -un buen actor por cierto- representando a un payaso, no encuentra ya el lugar de su voz, quizá ni su voz misma; en un momento al fin en que pierde su empleo un llamado “cómico” o “crítico” o “comentador”, no sé cómo nombrarlo, heredero en parte -y aun sin saberlo- de la tradición de la carpa y del teatro de revista, el viejo teatro de revista, que sostiene sus orígenes -entre otros- en la casi desaparecida voz metralla de un Jesús Martínez “Palillo”, quien, al menos así cuenta la leyenda, debía de presentarse en la carpa o el teatro con un amparo bajo el brazo para poder hacer su “número” y decir más o menos libremente lo que quería; esa tradición que ahora -por cierto- no ha encontrado la manera de llamarse en español y se menciona con el poco nutrido nombre de “standup” (pobrísimo “pochismo” que tan mal habla de alguna gente del espectáculo y su insano afán de siempre ser “otra cosa”, de preferencia dicha, escrita y pronunciada en idioma inglés), en este momento, pues, más que nunca urge retomar la noción de Comedia y, si fuera posible, reflexionar de paso sobre las definiciones de sátira y parodia.

La Comedia es un género complicado de explicar, aunque muy leve de experimentarse: esa es su naturaleza. Allí radica su principal paradoja y dificultad de estudio. La Comedia requiere de quien la escriba, dirija o actúe, dos facultades que conviene que vayan juntas pero que son tan complejas de encontrarse al alimón que basta con que se cumpla una de ellas para que la Comedia ocurra, dichos atributos son: inteligencia y ritmo.

Uno de los ejemplos más acabados en la tradición dramática de occidente es la Comedia de Oscar Wilde -aunque el autor irlandés no haya tenido, por cierto, un final de vida tan cómico y bastante menos jocoso-.

La inteligencia rápida, vivaz y ácida sumada a un ritmo de lengua preciso generó una tradición de Comedia sajona que sigue dando frutos. Menciono sólo de paso a Wilde como podría hablar de Moliere, de Tirso de Molina, de Jardiel Poncela o de Jorge Ibargüengoitia, si a escritores nos atenemos, o de Cantinflas o Charles Chaplin, si de actores o personajes hablamos.

La vieja Comedia definida por Aristóteles en su Arte Poética como la mímesis de los “peores”, y con esto se refería a la “maldad fea”, la que al ridículo se refiere, no a la condición socioeconómica solamente. La Comedia se sostiene en la ridiculez de los personajes o en el equívoco de las situaciones que dichos caracteres atraviesan o a las que se enfrentan.

Si hablamos de lo satírico y lo paródico tendríamos que echar mano, además de la sabiduría clásica de Aristóteles, de la agudeza crítica de Henri Bergson y de Mijail Bajtin, quienes hablaron de la risa, de lo satírico, lo paródico y lo “caricaturesco” como formas de la herencia cultural expresadas en la experiencia viva del Carnaval, espacio cultural donde la realidad se revierte, se des-acota, se transgrede. De manera particular Mijail Bajtin insistió en el carácter transgresor de la risa carnavalesca y las bondades del mundo “invertido” que provocaba la “realidad” del Carnaval. La parodia, la sátira (que al parecer proviene de la etimología latina “satura”, que significa mezcla -revoltijo, diríamos en México- y está vinculada con una visión popular y “caricaturizadora”, de las culturas engendradas por y para la masa -en México estaría incluido en ese rubro el riquísimo -¡sin albur!- albur), así pues la parodia y la sátira son expresiones populares que dan cuenta de una necesidad de discurso para la comunidad que incluye a todos los habitantes sin distinción de clase, de rango o de sexo. La masa fundida en sí misma y sin acotaciones.

Ahora bien, si a la Comedia nos referimos, sin detenernos demasiado ahora mismo en el matiz que la diferencia de la sátira o la parodia (diferencia que para nosotros es de género, en un caso se hablaría de Comedia y en el otro de Farsa), retomemos el comentario de un personaje payaso que defendiendo a un “cómico” que ha sido echado por la empresa en la que laboraba, a causa de una polémica en cuanto a uso indiscriminado de racismo y clasismo como base de un discurso “cómico”. Al parecer, el actor que representa al payaso comentó que era injusto que el “cómico” quedara sin trabajo porque la Comedia era transgresora y por tanto el “cómico” tenía derecho a usar las imágenes, gestos y palabras que fueran de su gusto, aunque abusara de racismo y clasismo, expresiones que -hasta donde sé- están prohibidas incluso por las leyes nacionales. Todo este “entremés” (nombre español para las obras cortas de Comedia que mediaban entre los actos del espectáculo llamado genéricamente “La Comedia”) nos ofrece un muy buen material de discusión para la teoría literaria, dramática, moral, ética, de medios y política. Aunque en estas líneas sólo nos detendremos brevemente en la discusión teórica dramática con la siguiente pregunta: ¿es el clasismo y el racismo de un “cómico” una postura transgresora?

Desde mi punto de vista no es así. La postura de un “cómico” que se burla de los indios, de los prietos, de los “nacos” o de los pobres no usa la transgresión para hacer Comedia, por el contrario, usa una posición retrógrada, conservadora y reaccionaria. En todo caso su posición sería transgresora si exhibiera la “ridiculez” de alguien que es clasista y racista, opción que no está en juego puesto que el mencionado “cómico” construye su discurso desde la superioridad moral que le permite denigrar a los que considera inferiores y de ello no se desprende transgresión alguna sino un simple reforzamiento grosero -por obvio- de los sistemas ideológicos que buscan conservar afanosamente grupos oprimidos como forma de asegurar la sensación de supremacía a grupos de influencia principalmente económica, racial, religiosa, cultural, sexual o lo que sea.

El payaso que defendió al “comediante” apelando al poder de la Comedia y a la transgresión quizá se equivocó en el planteamiento o en todo caso no fue -al menos para mí- suficientemente claro. Y lo expreso así porque respeto sinceramente al actor que encarna a ese personaje de payaso. Insisto pues en decir que no, creo que no hay tal transgresión en el “cómico” a quien se defendió y entonces cabe preguntarse: ¿hay Comedia en lo que hace el citado “cómico”? La ridiculez a la que apela la Comedia siempre es un “defecto” que no duele, que es risible por colocar en una posición moral inferior a los objetos de la risa. Por lo tanto, me atrevo a preguntar ¿cuál es la posición moral a la que se rebaja un “cómico” que usa a los indefensos como objeto de su “transgresión”? Quizá lo que habría que discutir -insisto- con sinceridad, es la verdadera función de la Comedia.

Una palabra sobre el rol del payaso. Si a los postulados de Mijail Bajtin nos atenemos, la función de la máscara del “loco” que devendrá en la del payaso y la del bufón, es una “realidad-ficticia” que se sustenta en un espacio que se configura fuera de nuestra realidad cotidiana: el espacio-temporalidad del Carnaval. El “loco”, el “bobo” o el estulto es el rey del carnaval. El payaso empieza a morir cuando se vuelve bufón, en las redes del rey o reina o en su función de comentador político “serio”. El rol se desgasta porque la capacidad transgresora del sistema, acotada por el orden estructural mismo de una institución (sea ésta política o económica) “regulariza” la crítica y la hace desvanecer, aunque sea poco a poco, al fin y al cabo el humor del bufón llega hasta donde lo permite el “humor” del rey o la reina. Pero, por si fuera poco, el rol del payaso agoniza definitivamente cuando su función transgresora de figura constituida en el espacio de la “extrarealidad” carnavalesca pierde su lógica funcional al no existir más el terreno de la crítica contra el poder, dicho de otro modo, muerto el “prian” -o al menos “bocabajeado”- se perdió el lugar del discurso en contra del “sistema” y el payaso convertido en crítico político tiene que encontrar un reacomodo o cambiar definitivamente de rol, de voz.

A eso se debe, creo yo, las dificultades por las que ha pasado el payaso y muchos otros, no sólo cómicos, también “comentadores”, periodistas u otros profesionales del discurso que no encuentran ya su voz dentro de una realidad que los desplazó irremediablemente de su “cómoda” -por definitoria- actitud contestataria. Quizá sea una apreciación correcta, pero doy por hecho también que puedo equivocarme. Me pareció importante decirlo porque ahora más que nunca hay que encontrar el espacio para la Comedia porque el desgaste emocional y físico al que nos someterá el encierro pandémico seguramente generará en las personas, en todas las personas, enormes síntomas de depresión y traumas severos post encierro. LaComedia va a hacer falta todavía más. Aprender a hacerla bien, nos va a ofrecer sus frutos deliciosos y sanadores: la risa y la verdadera libertad del decir.

Una última palabra sobre la formación de los “cómicos” y de algunos comunicadores: si nuestras referencias de Comedia son Adal Ramones y La hora pico, dicho con todo respeto, quizá convendría leer y conocer un poco más.

VICTOR MANUEL MEDINA CERVANTES
(Profesor del Taller de cine, radio y tv en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM)