Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz

 

Por supuesto que un análisis a una semana de iniciado un gobierno carece de rigor y es superficial, cuando no un despropósito. Sin embargo, podemos entender que ésta solo ha sido la primera semana de ejercicio formal de un Presidente que empezó a serlo el 2 de julio, y cuya agenda va tan rápida que es posible vislumbrar muestras de lo que puede (o no) porvenir en los próximos cinco años y meses.

Empecemos por el primero de diciembre y el retorno de los símbolos. López Obrador rindió protesta como hacía cuando menos tres sexenios no era posible hacerlo: frente a una asamblea plural, pero respetuosa de su investidura y su momento. Con un discurso tan largo como simplista: encontró otro adjetivo para identificar al enemigo, en su peligrosa retórica monocromática, ahora será el neoliberalismo el enemigo a perseguir, no como ideología, sino como pensamiento característico de todo lo que se oponga a él y su régimen. Saludó a Peña Nieto, y a diferencia de lo que muchos opinan, a mí parecer nunca lo descuidó en su persona, y apenas se lanzó contra las reformas de su gobierno (a las que el propio Peña parece haber renunciado apenas pasado el primero de julio). Abrió Los Pinos, y ésta parece ser la única promesa cumplida del interregno que significó su elección y el primero de diciembre. Luego ante un zócalo aglutinado de mexicanos esperanzados, hizo un muy largo bosquejo de cien puntos que piensa llevar a la práctica, sin que se vislumbre estrategia fiscal que lo permita.

En los primeros días de su gobierno el Presidente y su equipo han tenido que hacerse responsables de la decisión respecto a la cancelación de la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, dando como consecuencia, lo que parece ser, irónicamente, un esquema tipo FOBAPROA, para recomprar los bonos vendidos, no cancelar de momento la obra y luego, una vez adquiridos los bonos y evitar con ello demandas en tribunales del vecino país del norte, ahora sí cancelar la obra cuyo avance ya supera los cien mil millones de pesos. Esto significa un doble costo, y sí agregamos las obras que habrán de realizarse para la operación (que aún no cuenta con certeza de viabilidad), hay cálculos que aseguran resultará más costoso el nuevo proyecto, que culminar el que está en marcha, con las modificaciones y requerimientos de transparencia que sean exigidos (enhorabuena) por el nuevo gobierno.

En esta primera semana también hemos llegado a un momento temido por muchos que consideramos el modelo de democracia constitucional como el más idóneo para la gobernanza moderna: un claro enfrentamiento de los poderes populares con el Poder Judicial.

Ante la suspensión (por cierto, parece que mal determinada) de la aplicación de la Ley Federal de Remuneraciones (también por cierto, mal hecha y desactualizada) concedida por el Ministro Pérez Dayán, los líderes de la mayoría oficialista han decidido enfrentar a la Corte, y el Presidente ha dicho que “no han entendido”. Esto es normalidad democrática, según algunos. Dependen que modelo de democracia supongan válida, porque, por ejemplo en los Estados Unidos (modelo del que hemos copiado nuestro sistema constitucional) los Presidentes que han desafiado o desautorizado a la Corte no han pasado a la historia como los mejores: Jackson antes, Trump ahora. Sin embargo yo no veo en esto lo grave del asunto, sino en justificar el pésimo trabajo de los legisladores que no pudieron siquiera actualizar un proyecto de ley que tenía años en el cajón de la Cámara de Diputados: la redacción sostiene términos como salarios mínimos como unidad de medida, DF en lugar de Ciudad de México e IFE en lugar de INE, y sirvan estos ejemplos solo como muestra de que es justamente un proyecto mediocre e improvisado, que si no gozó de técnica legislativa, mucho menos de análisis de constitucionalidad y lejos estuvo de suponer un esquema político de aplicación que no condujera a un colapso de la profesionalización en el servicio público.

Pero en la primera semana de la cuarta transformación éste no fue el único tema relacionado con la Suprema Corte. El Presidente que prometió una nueva forma para transformar el fondo, retornó a prácticas que justamente criticó. Pues bien, esta misma primera semana, el Presidente López Obrador, envió al Senado de la República su propuesta de terna para suplir la vacante dejada por el Ministro, hoy en retiro, José Ramón Cosío. Dos mujeres claramente identificadas con Morena y un jurista de carrera judicial también identificado con López Obrador, la conforman. Para no alargar más su tiempo en esta opinión, estimado lector, me permitiré transcribir los últimos renglones de la acertada crítica realizada por Carmen Aristegui, en su artículo La terna: Dice López Obrador, con una frase zedillista, que “la línea es que no hay línea”. Los Senadores tendrán que hacer valer su alta investidura, con independencia y responsabilidad. Si la terna no es la idónea para elegir de ahí a un nuevo ministro, queda el recurso de rechazarla para que el Presidente de la República se vea obligado a elaborar otra con más cuidado.”

Nos leemos de nuevo aquí antes de que termine el año.

@CarlosETorres_