Por Heraclio Castillo Velázquez
Millones de mexicanos nos mantuvimos en vilo durante las primeras 36 horas después de ocurrido el sismo del pasado 19 de septiembre. Escuchamos con un nudo en la garganta la narración de un rescate que, pasado el tiempo, se reveló como un aparente montaje. Y, sin embargo, durante 36 horas ignoramos otras muestras de solidaridad ante la catástrofe porque la esperanza se llamaba Frida.
No fue un solo medio de comunicación el que participó en esta historia. Tampoco fueron los medios de comunicación los únicos en contribuir a su trama y desenlace. Frente a una catástrofe, el ser humano busca por instinto una idea positiva a la que pueda aferrarse para no decaer, para no perder la cordura, y Frida representó esa esperanza entre los escombros donde yacían más de 240 muertos.
Pero pasaron las horas, se retiró el escombro que empañaba la noticia, y cayó sobre los espectadores la dura desconfianza (y desesperanza) en las instituciones y en los medios de comunicación. Las redes sociales fueron implacables con la crítica y por un momento olvidamos que había otras historias no narradas donde aún aguarda(ba) la esperanza.
Frida representó lo mejor y lo peor del ser humano. Movidos por una esperanza, millones concentraron sus esfuerzos y recursos materiales y humanos en el colegio Enrique Rébsamen. En la vida cotidiana de nuestro México también nos hemos concentrado en esas historias que acaparan los reflectores de los medios de comunicación, pero olvidamos que existen historias no narradas que quizás requieren de mayor apoyo, aunque no tienen un micrófono o una cámara para dejarse oír.
A través de las redes sociales, los propios ciudadanos de a pie dejaron testimonios invaluables, otras muestras de esperanza que seguían (y siguen) motivando a rescatistas, pertenezcan a una institución o no (los millones de voluntarios que participan en todo tipo de labores). Como en 1985, 32 años después aún tenemos muestra de que los mexicanos organizados pueden hacer grandes cosas independientemente de la participación de las instituciones.
A pesar de los asaltos a sobrevivientes, a pesar de los saqueos, a pesar de quienes lucran con los víveres enviados a los damnificados, a pesar de las máquinas que ignoran el llanto de los familiares de los sepultados, a pesar de las falas muestras de solidaridad en una selfie, a pesar de esos actos que mueven a la irritación y generan desesperanza, México resiste, México se mueve, México se organiza y desde su propia circunstancia contribuye a una historia de esperanza.
Gracias a las redes sociales sabemos que el sismo del 19 de septiembre afectó otros lugares más allá del colegio Enrique Rébsamen, lugares a donde no han acudido las instituciones, lugares a donde no ha llegado la ayuda concentrada en las grandes metrópolis. Llegó un punto en el que había tantas manos pendientes de la historia de Frida que la voz de los sepultados entre los escombros de otros miles de edificios quedó sin eco. ¿Cuántas vidas podrían haberse salvado mientras la esperanza se llamaba Frida?
Hoy la esperanza no tiene nombre, pero sigue moviendo a millones de mexicanos para mostrar lo mejor de nuestro país. Recordemos que un evento de este tipo tiene varias fases, no solo la emergente. Sigamos apoyando incluso si se pierde la esperanza. Tal vez desconozcamos el rostro de quien recibe nuestro granito de arena, pero ese granito de arena contribuye a reconstruir el país. Que los reflectores no conduzcan los caminos de la solidaridad.