Por: Lucía Medina Suárez del Real
Llegaron ya las olas del movimiento Me Too a México, gracias a una serie de entrevistas que Carmen Aristegui realizó a actrices, comediantes y deportistas para CNN en español.
Como sucedió en Hollywood, ya hubo también consecuencias en la carrera de uno de los involucrados, gracias al testimonio de la actriz Karla Souza, quien declaró que fue violada por un director de cine.
Souza narró que mientras se encontraba grabando en una locación, fue hospedada en un hotel en el que solo estaban ella y el director; y que éste, del que nunca dio nombre, le visitaba en su habitación a las 2 de la mañana, se esforzaba por llamar su atención, premiaba las respuestas coquetas de Karla y sancionaba con humillaciones las negativas.
Así fue la dinámica durante un mes, a decir de la actriz, hasta que el presunto acosador logró su cometido: se besaron, ella “cedió” y “la violó” (palabras textuales de la declarante).
Casi una hora después de que se difundiera la entrevista con Aristegui, y argumentando solidaridad con Souza, Televisa dio por terminada toda relación con el director de cine Gustavo Loza sin que hasta entonces nada ni nadie lo señalara directamente como el hombre que había acosado a la actriz.
En entrevistas posteriores, Loza rechazó ser él el aludido por Karla, y enfatizó la buena relación profesional, e incluso amorosa, que tuvo con ella durante algún tiempo. Sin embargo, el silencio de la actriz, que no ha aclarado ni desmentido el señalamiento que hizo Televisa, parece confirmar que es a él a quien se refería en su testimonio.
La falta de claridad en la denuncia, aunada a la entrevista en la que Karla Souza admite que en su carrera ha aprovechado la atracción que ha generado en productores para obtener papeles, ha suscitado controversia que en ocasiones llega a sentar en el banquillo de los acusados a la actriz, y no al agresor de quien hasta ahora se infiere puede ser Loza.
Este caos no podría ejemplificar mejor la discusión entre las feministas estadounidenses y las francesas, entre las integrantes del Me too, y quienes las han criticado.
En medio de esa discusión, Martha Lamas ya decía que hay mujeres que solían usar su “capital erótico” como herramienta para obtener algo, como se advierte en las palabras de Souza.
¿Hay algo malo en ello? Difícil pregunta. Lo cierto es que quien apuesta su capital erotico para obtener un empleo, está colocando eso como moneda de cambio. Desde luego eso no significa que no haya opción a decir no, que no pueda retirarse la oferta, y ni siquiera significa que esté forzada de ninguna manera a entregar ese capital si se logra el empleo buscado. Sin embargo, en estricto sentido de justicia, tampoco podría reprocharse que el apostador contrario acepte ese juego.
La cuestión es que el mundo es más complejo que las falsas dicotomías a las que a veces pretende reducirse.
Es mucho más complejo que víctimas y victimarios; que mujeres y hombres.
Veo por ejemplo quejas porque se le diera espacio en medios de comunicación a Gustavo Loza, quien ha sido señalado, -por Televisa, no por la víctima- para defenderse y negar las acusaciones. Como si este derecho de réplica obligado por ética periodística y también por la ley, fuera una afrenta contra la denunciante.
Otro caso polémico del Me Too Mexicano es el de la comediante Sofía Niño de Rivera, quien denunció al periodista Ricardo Rocha de acosarla en una entrevista televisiva. Éste se defendió argumentando que nada en su conducta había tenido esa intención. Y bueno, el vídeo de la entrevista en cuestión está disponible en YouTube para que cada quien haga su propio juicio.
¿Podría ser que la línea que define la distancia apropiada entre dos personas esté tan borrosa que cada uno la interpreta de forma diferente? ¿La historia sería distinta si no fueran personas de sexos opuestos? ¿Y si alguna fuera homosexual?
El último caso por mencionar es la declaración de la escritora Sabina Berman, quien dijo que a la aspirantes de entre 12 y 14 años a hacer el papel de Gloria Trevi en la película Gloria, se les ordenó desnudarse en el casting, y dijo erradamente que quien había hecho esto era el director de casting.
De inmediato, una veintena de actores y actrices salieron en defensa de Alejandro Reza, quien tuvo ese papel, y destacaron el profesionalismo con el que éste se había manejado en otros trabajos.
Posteriormente, Berman tuvo que rectificar y admitir que la persona que había hecho esto era el director de arte, y no el de casting cómo había afirmado.
Lo sucedido en estos tres casos ponen en alerta con respecto a las consecuencias de tomar por ciertas y seguras todas las acusaciones que se hacen en el tema. Cierto es que nadie quiere cometer el pecado de no creerle a una víctima, pero ese miedo tampoco puede convertirse en un linchamiento inmediato sin investigación ni evidencia.
No podría ver en ello ninguna contradicción al feminismo si entendemos que éste es una forma de lucha por la justicia.
Tendría que entenderse también que como toda forma de pensamiento, no puede tomarse uniformemente. Hay matices, hay diferencias de opinión que lejos de demeritar su fuerza, la enriquecen.
Nadie puede sorprenderse porque las mujeres que pelearon por su derecho a usar una minifalda piensen distinto a aquellas que están cansadas de que las obliguen a usar una.
No puede reclamarse que quienes recuerdan la lucha porque el derecho al voto fuera también de las mujeres, se indignen porque el derecho a ser votada dependa del parentesco que se tenga con un líderazgo político.
No demerita al feminismo sino que lo enriquece el admitir que la lucha por la autonomía y la independencia económica, por el derecho a realizarse en la vida laboral también benefició a un sistema neoliberal que se atiene a que dos ingresos compensen lo que antes hacía solo uno.
El debate tiene que darse, y en este mundo diverso, plural y además compartido, no podría darse con sólo una de las mitades de la población mundial.