Por: Heraclio Castillo Velázquez
A Pinos hay que visitarlo muy temprano por la mañana, dispuesto a caminar para conocer sus rincones y con buen apetito. Y no olvide aprenderse dos o tres canciones de Ramón Ayala porque en cada fondita no faltan los músicos que llegan con su guitarra a amenizar una rica comida con “La golondrina” o “Las casas de madera”.
Su jardín principal es una belleza que evoca los pequeños pueblos con su kiosco al centro y sus pequeñas fuentes. Calles limpias, bien trazadas, conducen a atractivos como la Torre del Reloj con sus cuatro cúpulas en el edificio adjunto que ahora alberga la biblioteca pública o los llamativos portales Juárez, Las Palomas, Centenario y Villalpando.
Muy cerca del jardín principal también se encuentra la casona donde nació la escritora zacatecana Amparo Dávila, con sus muros gruesos pintados de un azul acero tan hermoso que uno jamás pensaría que solo se trata de un cascarón vacío. Según cuentan los lugareños, la familia de la cuentista ha sacado los antiguos muebles que antaño decoraban las habitaciones y hoy casi nada queda de aquella época.
Calles más abajo (porque todo Pinos parece construido sobre una cuesta, aunque menos pronunciada que las calles de Zacatecas Capital) se encuentran Los Arquitos, un pequeño acueducto edificado en el siglo XIX que servía para alimentar las pilas de la Hacienda Grande, de la cual aún se pueden apreciar algunos vestigios de la actividad minera de esos tiempos.
No olvide visitar la Casa de Cultura, que albergara el antiguo Convento de San Francisco. Sus arcos con detalles de un rojo vivo enmarcan una hermosa postal de la torre del Convento de San Francisco y si mira con detenimiento, descubrirá que en una de las esquinas aún se conserva la pintura original y los detalles que decoraban el inmueble.
Mientras recorre las calles encontrará que las iglesias también tienen un rico patrimonio, desde los retablos cubiertos de polvo de oro y un fino trabajo de ebanistería, hasta las cúpulas con algunos motivos florales indígenas. Las piezas de arte sacro también llaman la atención por la delicadeza de sus motivos, especialmente el Cristo Negro del altar mayor del Templo de San Francisco.
Cuenta la leyenda que en el siglo XVII un hacendado se encontraba en una difícil situación y, rezándole a un Cristo de madera (herencia de familia), se encomendó al Señor con toda su fe. Al momento de besar la imagen, el Cristo absorbió el “veneno” que le atormentaba y se tiñó de negro. Desde entonces los pinenses le adoran en el altar mayor del Templo de San Francisco.
La maravilla de estas creaciones también se puede encontrar en otras manifestaciones albergadas en el Museo de Arte Sacro ubicado junto al Templo de San Matías (a unos pasos del jardín principal) o en el exquisito trabajo del Templo de Tlaxcala, donde cada diciembre se celebra la Fiesta de los Faroles.
En su recorrido no puede faltar una visita al Museo Comunitario (entrada, tan solo 10 pesitos), donde el guía (de excelente trato, muy amable y muy bien documentado sobre la historia del municipio) lo conducirá a través de siete salas que albergan un rico acervo que va desde fósiles prehistóricos, vestigios de los primeros asentamientos humanos, la Conquista, el Virreinato y las etapas posteriores al México independiente, con numerosos artículos pertenecientes a las haciendas de beneficio que le ayudarán a entender cómo funciona la pequeña minería.
Si después de recorrer las calles de Pinos le entró el apetito, casi casi en cada esquina encontrará un local o fondita para degustar de ricos tacos, gorditas, burritos, barbacoa, chilaquiles y demás antojitos mexicanos, pero especialmente debe probar la barbacoa junto al Templo de San Matías, las gorditas de horno (de maíz, de azúcar y de queso) y los nopalitos (cuando es temporada).
A unas calles del jardín principal también se llevará una sorpresa con el Membryzcal “Doña Auxilio” (un licor de membrillo y mezcal), elaborado por la señora María Concepción Alvarado García Rojas de forma artesanal, con un toque entre fresco y dulzón que cae bien como digestivo.
Su estancia en Pinos podría prolongarse si acude los días lunes, martes, jueves o viernes, cuando abre al público la Hacienda La Pendencia, donde se elabora un rico mezcal en sus variedades blanco, reposado y añejo, así como tequila artesanal blanco y reposado. La casona fue restaurada hace menos de un año y, según comentan los lugareños, al parecer se habilitará un museo interactivo para conocer el proceso de elaboración del mezcal. Verá que es una belleza de edificio.
Si no se quiere quedar con las ganas, cruzando la calle se encuentra la Compañía Vinícola La Pendencia. Con el permiso de los encargados, le llevarán en un recorrido para conocer este proceso artesanal, desde la cocción de las piñas que liberan ese aroma tan peculiar del agave, hasta la molienda con un molino de piedra tirado por mulas.
El camino más directo para llegar a Pinos es la carretera Zacatecas-San Luis Potosí, pero en su regreso puede tomar la ruta que cruza por municipios como Villa Hidalgo (con el monumental Cristo Redentor vigilando desde los cerros), Noria de Ángeles y Pánfilo Natera solo para descubrir a su paso el templo de Villa González Ortega, con elementos neoclásicos (y masones) en su fachada y ricos decorados en las paredes y las cúpulas de su interior.
Descuide de que vaya a hacer gastos onerosos en su viaje, pues a lo mucho invertirá unos 200 pesos de gasolina (ida y vuelta), unos 150 pesos en alimentos y lo que su bolsillo se pueda permitir para comprar trabajos de alfarería (típica de Pinos), mezcal o licores elaborados de forma artesanal. La verdad que la experiencia de recorrer las calles de este Pueblo Mágico bien lo valen y más cuando la gente sabe cómo tratar a sus visitantes. ¡Aproveche! ¡En febrero comienzan las fiestas patronales!