Por: Eva Gaytán

Un buen día la gente decidió que hacer algo distinto al resto del mundo te vuelve CUL (sí, así se escribe) y comenzaron a tachar de pendejos a quienes decidimos no ser CUL.
Se supone que estas fechas son para reconciliarse y no importa si no estás enojado, para dar afecto y no comprarlo, para que la paz reine en nuestros corazones y nadie la haga de pedo por la monarquía y tantos más lugares comunes que usamos en estos tiempos.
He visto que hay personas que se jactan de no celebrar la navidad, de afirmar que hoy no se debe celebrar nada, porque realmente: “Jesús nació en marzo”, “La Virgen María ni virgen era”, “Todo esto fue inventado por el sistema económico para impulsar a las personas a que consuman productos innecesarios”.
¿Y saben qué?
Yo podría estar de acuerdo con todos esos argumentos mamones de personas que se sienten superiores, pero les voy a contar una hermosa historia (bueno no tanto, es de las mismas hermosas historias que siempre les cueto)
Diciembre para mí siempre ha sido un mes extraordinario; las luces, los árboles, los adornos exagerados en las casas, los aromas chidos durante la Nochebuena, el baño (sí, porque en mi rancho uno no se bañaba diario (bueno, yo no)), la ropa elegante para ir al lugar de la fiesta y el desvelo en las reuniones, no se comparan con nada en esta vida.
En la casa de mi abuela este día era uno de los más cansados del año, el olor a leña ardiendo, comenzaba desde las primeras horas del día, supongo que era desde la noche anterior, pero les vuelvo a decir, yo era chiquita (y pendeja) y no ponía atención.
Conforme iba avanzando el día, el olor de humo se iba transformando en un delicioso aroma a tamales de chile colorado (allá en ese tiempo no se usaban esas mamadas que “de rojo o de verde” a lo mucho de queso con chile güero y de picadillo con muchas papas y zanahorias).
Para las seis de la tarde ya todo estaba casi terminado, y la casa ya olía a canela con café, que se ponía a hervir “suavecito” en las brazas pa que agarrara el mejor sabor del mundo y que impulsaba la diabetes en secreto, porque nada era más dulce que eso.
Mi hermano y yo éramos padrinos de dos “Niños Dioses”, uno medianito y otro grandecito; mi abuela tenía muchos: los gemelos que eran ahijados de fina, irma, diana y supongo que alguien más; el de chirra (que no me acuerdo cuál era), el de alguien más, el de alguien más y el de alguien más, también había uno gigantesco que era negro y tenía los ojos color miel, mi mamá luz le decía “El negrito” (ése me daba miedo); María y José eran de madera y mis tías les fabricaban los trajes. Esos peregrinos, juntos con los gemelitos fueron los primero que llegaron a la casa de mi abuela.
Recuerdo, a duras penas, que mi abuela contaba que los había comprado cuando mi Tía Pachita era una niña.
El nacimiento, como todo lo maravilloso que ocurría en esa casa, lo hacía mi Tía Cuca, era algo chingonsísimo (debieron conocerlo) todo iba por secciones, había montañas, donde escalaban las ovejas, había milpas, donde trabajaban los campesinos, había lagos y pozos y puentes y aves y árboles inmensos y el portal nunca se hacía del mismo material, en un año podía ser de madera, otra de piedritas, en ocasiones de ladrillo, ramones, palitos, lo que se le ocurriera.
Se instalaba en el zaguán, del que pendían racimos de uvas y estaba rodeado por plantas y al entrar cuando comenzaba a anochecer olía a cera, comida, café, canela, luces de bengala, dulces, cacahuates, guayaba cocida con tamarindo, olía a familia, sí, así huele la familia.
No sé si un día mi hija (espero que no porque tendría que agarrarla a chingazos) forme parte de la bola de pendejos que han decidido burlarse de quienes continúan con las tradiciones..
Mi duda es: esos que se sienten Juan Camaney, ¿habrán olvidado la emoción que sentían el 25 por ver lo que le dejó el Niño Dios en el zapato?; ¿Serán bien pinches millonarios que pueden estar seguros de que jamás sus padres sufrieron días antes para comprarles un regalo de navidad? ¿No habrán conocido a sus abuelitas o en algunos casos a sus señoras madres para que les inculcaran a respetar todo eso que de niños amaron y de lo que ahora se burlan?
¿Cuándo fue que dejar de disfrutar y amar a las personas que te rodean pasó a ser un señalador de que se es CUL? Porque se me hace que si mi tía Cuca supiera ella los calificaría pero de CULEROS.
Bueno eso creo yo.
Colofón:
En estos días de amor y algarabía oremos por las familias que siguen esperando el regreso de uno de los integrantes y que en ausencia de un hijo, un padre, un hermano lo único que anidan en sus corazones es la fe.